Estoy en la esquina. Un hombre pálido me mira. Puedo
distinguirle. Soy yo. Detrás del hombre,
perfilan sombras de infantes. ¿Acaso han muerto los que fui? Una serpiente de plata se acerca. Sus
palabras dicen de un mundo oculto entre las paredes de la realidad. Recuerdo tu rostro. Tu rostro duro y frío,
decepcionado. Puedo conjurar aquí infernal noche del Walpurguis. Consumirme en
las llamas de lo que no será. Veo mi rostro en un reflejo. No hay rostro, solo una sombra. No hay cuerpo, solo un boceto de hombre. Soy
un hombre, es decir, miento. Soy una mentira. Soy un trago amargo. Habrá alguna
mujer que suspire, habrá alguna mujer que llore. Entonces el hombre existe, por
un pequeño segundo, antes de volver a ser mentira.
El trueno me ha hablado. Recuerdo, justo en este instante,
como todas las cosas se manifiestan. ¿Para qué continuar? Mi voz, nuevamente,
es falsa. ¿Cómo ser uno cuando el tiempo se ha olvidado? Seré hierba, seré
árboles, seré fuego. Soy hierba, árbol, fuego. Fui hierba, árbol, agua, fuego,
odio.
Y esta lo musical, si. Lo musical. La música no se detiene
de sonar, sus ondas siguen rebotando en los huesos, en los recuerdos, en el
espacio inalterado. Mis cuerdas vocales sufren de inexistencia, yo sufro de
inexistencia. Porque todo lo demás existe, todo lo demás es real. Tan real, que
el ser humano no puede conocerlo. Vi tu rostro frío y duro. Solo sé jugar.
Tú, canción. Tú, poema. Tú, terrible memoria que viene a
devorarme en el frío. Te fuiste y dejaste un hielo en mi pecho. Ausencia.