Con un olor a muerte sensual y sangrienta, se me acerco el
joven de tez oscura. “Si señor,
acabo de ser muerto por una gran tormenta cuando llegaba al muelle. Yo corría
hacia el encuentro con mi amada, la cual segundos antes una piedra voladora le
arrancó la cabeza. La muerte me pareció, en efecto, algo oscura y enfermiza,
pero adictiva. Moriría mil veces si pudiera volver a sentir esa escaramuza eléctrica
en todos los sentidos antes de partir del mundo. Ya ve señor, vengo aquí porque me dicen que
mi infierno esta al lado suyo, o mejor dicho, ud encarna aquél flameante lugar”.
Que ardor, que
maldito ardor. Se me inyecta a cada hora una sustancia metalica. Me inyectan
carne podrida. ¿Podrían dejarme en paz y darme un poco de agua fresca? Desde
las sombras gigantescas de la montaña Kumanday, descienden ángeles de plata.
Que inmenso dolor, mis músculos se
contorsionan y soy de nuevo un ave que eleva sus plumas al sol.