Un incendio perpetuado en mi voz
La muerte es la obertura,
Abraxas, íntima unión entre lo perfecto,
espíritu, llama y silencio.
En este punto,
todo lo que no tiene nombre vuelve a mí.
Sagrada purificación del fuego.
domingo, 26 de mayo de 2013
martes, 14 de mayo de 2013
Madrugada.
Espero no se ofenda. Es que en por estos días hace mucho
frío. Yo los vi llegar, cada vez que uno pasaba al lado de un muro blanco,
estaba allí escrito “Aquí bailan los muertos. “ Y luego, aparecía uno de ellos.
Yo suelo caminar en la madrugada, me gusta el aire a esa misma hora. A esa hora
siempre aparecen, siempre llegan.
No crea usted que estoy diciendo disparates. Puedo sentir
los muertos cuando camino por la calle. Me ha tocado morir más de una vez por
noche, cuando las voces de los que se fueron me hablan. Quizá no logro ordenar mis pensamientos de
una manera agradable, porque hay que ser agradable, para que las voces le
hablen a uno y ellos aparezcan. Recuerdo
su mirada. Para la mayoría de los hombres, es imposible no sentirse atraído
hacia ella. Yo la detesto. Desde la primera vez que la vi, sentí un desprecio
incontrolable. La mataría si tuviera la oportunidad. Lo malo es que es un
desprecio que sé bien, no acabará fácilmente. Lo primero es esto: El abismo que
nos separa es insondable. Me agrada sentarme a su lado, escuchar sus palabras,
imaginar las historias que cuenta. Creo que ella lo sabe. La mataría por que la
desprecio, porque la amo y aun así, hablamos en idiomas distintos. Es muy tenaz, hablar en un
idioma distinto. Y eso, cuando uno se empieza a enamorar, que los sentidos lo
engañan, que uno quiere realmente que las palabras digan lo que es. ¿Es el
silencio más elocuente, entonces?
¿Alguna vez han intentado comprender a un animal de otra especie? Pareciera uno entender los gestos, pero vaya
a ver, nunca se llega a lograrlo. Eso
ocurre, eso ocurre. No se entiende nada, nada en lo absoluto. Uno es como una
cosa muy pequeña, uno manda mensajes a otras islas, uno vive feliz y esa
felicidad no se logra compartir.
Eso pasa, con todo. Puedo pretender que comprendo algo, que
alguien comprende, que eso existe. Pero es mentira. Nadie, nada, absolutamente
nada es real. Solo la furia.
Alejandra vendrá, lo sé. Y con ella, el fuego. En mi boca
los muertos. En mi boca la tristeza. En mi boca el conocimiento perfecto de lo
inútil. Es hora que cuente la verdad:
Yo nací en el 1800, en un campo abierto.
Tenía 11 años cuando la conocí. Éramos unos niños. Crecimos juntos.
Alejandra era silenciosa pero alegre. Su
rostro era casi como el de una estatua de ángel. Su presencia era parte indisoluble de la mía.
A los 15 años, llegó la noche fatal. En un pequeño rincón de la finca, me trajo
un pedazo de carne. Carne humana. Me
dijo que la comiera, que me llevaría a conocer una amiga especial.
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