martes, 14 de mayo de 2013

Madrugada.


Espero no se ofenda. Es que en por estos días hace mucho frío. Yo los vi llegar, cada vez que uno pasaba al lado de un muro blanco, estaba allí escrito “Aquí bailan los muertos. “ Y luego, aparecía uno de ellos. Yo suelo caminar en la madrugada, me gusta el aire a esa misma hora. A esa hora siempre aparecen, siempre llegan.
No crea usted que estoy diciendo disparates. Puedo sentir los muertos cuando camino por la calle. Me ha tocado morir más de una vez por noche, cuando las voces de los que se fueron me hablan.  Quizá no logro ordenar mis pensamientos de una manera agradable, porque hay que ser agradable, para que las voces le hablen a uno y ellos aparezcan.  Recuerdo su mirada. Para la mayoría de los hombres, es imposible no sentirse atraído hacia ella. Yo la detesto. Desde la primera vez que la vi, sentí un desprecio incontrolable. La mataría si tuviera la oportunidad. Lo malo es que es un desprecio que sé bien, no acabará fácilmente. Lo primero es esto: El abismo que nos separa es insondable. Me agrada sentarme a su lado, escuchar sus palabras, imaginar las historias que cuenta. Creo que ella lo sabe. La mataría por que la desprecio, porque la amo y aun así, hablamos en idiomas distintos. Es muy tenaz, hablar en un idioma distinto. Y eso, cuando uno se empieza a enamorar, que los sentidos lo engañan, que uno quiere realmente que las palabras digan lo que es. ¿Es el silencio más elocuente, entonces?  ¿Alguna vez han intentado comprender a un animal de otra especie?  Pareciera uno entender los gestos, pero vaya a ver,  nunca se llega a lograrlo. Eso ocurre, eso ocurre. No se entiende nada, nada en lo absoluto. Uno es como una cosa muy pequeña, uno manda mensajes a otras islas, uno vive feliz y esa felicidad no se logra compartir.  
Eso pasa, con todo. Puedo pretender que comprendo algo, que alguien comprende, que eso existe. Pero es mentira. Nadie, nada, absolutamente nada es real.   Solo la furia.
Alejandra vendrá, lo sé. Y con ella, el fuego. En mi boca los muertos. En mi boca la tristeza. En mi boca el conocimiento perfecto de lo inútil.   Es hora que cuente la verdad: Yo nací en el 1800,  en un campo abierto. Tenía 11 años cuando la conocí. Éramos unos niños. Crecimos juntos. Alejandra  era silenciosa pero alegre. Su rostro era casi como el de una estatua de ángel.  Su presencia era parte indisoluble de la mía. A los 15 años, llegó la noche fatal. En un pequeño rincón de la finca, me trajo un pedazo de carne. Carne humana.  Me dijo que la comiera, que me llevaría a conocer una amiga especial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario