miércoles, 12 de septiembre de 2012

Cadenza.

La vi allí, entregada al desenfreno. Una gota de sudor caía sobre la frente, mientras su pelo se posaba sobre su rostro. El movimiento que su violín ejercía sobre ella la hacía danzar como un péndulo. Era la solista en un concierto de Tchaikovsky. Sus manos, ágiles, pintaban ilusiones en forma de pájaro sobre el diapasón.

Era sensual, a pesar que su cuerpo no fuera voluptuoso,  sus labios hacían pequeños gestos, casi recitando lo que tocaba, sus ojos ardían y el espíritu en pos de amor carnal hacia la música intangible.  Parecía hecha de otra materia, era tan liviana que parecía flotar sobre el escenario. La música avanzaba furiosa, tomando para sí el mundo que la rodeaba, creando dimensiones nuevas a cambio de la realidad imperante.

"Quien crea, ama el mundo, por lo tanto lo destruye."

Nadie sabía, nadie podía ver lo que ocurría con ella. Al paso de cada compás un dios de la incertidumbre se apoderaba de su ser. Crecía rápidamente en la profundidad de su pecho, desde el esternon. recorriendo con sus manos de líquido caliente su torso, platandole una semlla de delirio en cada nervio. Así, recorría de la boca hasta los senos, el pubis, las piernas.  Mientras ella más tocaba, crecían las semillas hasta la locura.  El dios se apoderaba de su cuerpo enardecido. Árboles se alzaron en cada uno de sus poros, hasta echar raíces en lo profundo de sus abismos.
Justo en la cadenza, el descarado se revelo por completo en la carne de la violinista; introdujo anturios en forma de versos en su vagina, de una manera tan delicada y mordaz que el orgasmo fue inmediato. Ella nisiquiera gritó, toda la energía se fue directo a sus manos, al violín.
El daño ya estaba hecho, el dios la poseyó por completo; llevó sus capacidades musicales a puntos suprahumanos. Fue su mejor concierto. El divino le concedió la vida máxima durante aquel lapso inmortal que es la música.

Pero todo lo que da siempre quita. Justo después del aplauso final, cayó muerta con placer y furia en su rostro.

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