sábado, 5 de noviembre de 2011

Sombras.



Personajes:  Voz narradora. Arturo. 
  
Primera escena: Remembranzas.

Voz Narradora : El bullicio salvaje en las calles de una Manizales maldita. Un hombre, en la esquina en la cual se separa la 21 con la 22, bajando antes del semáforo, se fuma un cigarrillo mientras ve los pocos carros que pasan por allí a las 3 de la mañana. Al parecer esta solo, pero entre las sombras de la noche no se sabe distinguir bien si esta acompañado o simplemente habla consigo mismo. 

Arturo: “No mentiré. He sido mil veces el mismo. ¿ Como es eso posible? Un fuerte dolor de cabeza arremete mi realidad, y no, no señores, no es que los días existan, son realidades distintas fraccionadas de momentos a otros que se dividen; Así no somos una sola historia dividida por el tiempo, sino miles de historias mezcladas a la fuerza en una sola identidad. Diran ustedes entonces ¿como se puede ser el mismo cuando a cada momento se cambia de realidad, de estado psicológico, de momento existencial? La respuesta es muy simple; no se puede.” 

Voz Narradora: El personaje camina de un lado a otro con las manos en los bolsillos, la mirada sombría y cierto olor desagradable de calle del cual aun sea horrendo, uno no se puede despegar. Parece que a pesar del frío que colma las calles, el está a gusto, en el lugar al que pertenece y donde todo ocurre como lo cree.

Arturo: “  Conozco estas calles desde hace años. Llegamos a vivir al Centro cuando yo tenía 3 años, un montón de hombres armados entraron a mi humilde hogar, sucios  y harapientos; y como mil leones desnudos, se abalanzaron a destrozar todo lo que encontraron. (Entran por un lado del escenario, vagabundos y militares que se cubren la cara con pasamontañas. Marchan a destiempo, riéndose estrepitosamente. En el piso, un bulto cubierto por una sábana. Algo tiembla bajo la sábana.) Aunque yo era tan pequeño, los recuerdos están marcados como quemadura que no deja de arder, mi madre y yo nos escondimos bajo una cama; mientras mi hermana, que era mucho mayor que yo, se quedo en la cocina para despistarlos. (Los hombres con pasamontañas se acercan a la sábana como animales, gruñen instintivamente, como bestias decerebradas. De la sábana se escucha una respiración agitada, bañada en temor. Arturo mira desconcertado la escena, como cualquier ser humano que se desgarrá ante las imágenes de un pasado cruel.  Los hombres jalan la sábana brutalmente hasta rasgarla, y adentro de ella, se encuentra una mujer desorientada por el miedo, que mirando hacia todos los lados, solo logra expulsar un grito entrecortado. ) Podíamos escuchar los gritos de dolor de mi hermana mientras la golpeaban, la violaban y finalmente, la descuartizaban. Era terrible escuchar como su carne sufría a manos de un cuchillo mal afilado, hasta dejarla hecha pedazos. ( Los hombres, agarran a la mujer y haciendo un círculo alrededor de ella, cada uno accede violentamente a su cuerpo. Manteles rojos caen encima del círculo fatal. La confusión se dispersa, y cada hombre se dispone a huir, pero al dar varios pasos lejos del cadáver, completamente cubierto de nuevo, se desmayan lentamente hasta la muerte. Nadie sale vivo, mientras Arturo mira la escena aparentemente tranquilo, pero con la desesperación en las venas.) Cuando dejamos de escuchar ruido, salimos a ver que pasaba. Mi madre atravesaba por una crisis de nervios y yo lloraba, pero aun así, logramos salir a averiguar de nuestra suerte. Algo inexplicable había sucedido, todos esos hombres estaban muertos. Nunca se supo como, pero mi hermana los había envenenado. Todos estaban verdes, con una expresión de agonía merecida. Esa misma noche salimos del barrio para no volver jamás. Mi madre logró alquilar una habitación barata cerca a la Galería, donde pasamos días enteros sin dormir, y escasamente comiendo lo que mi madre conseguía en las mañanas pidiendo limosnas.

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