martes, 5 de junio de 2012

Conversaciones con una muerta.

Se asomó cuidadosamente por la ventana, a veces, el miedo de que alguien lo descubriera lo paralizaba, no es que hiciera anda malo, no es que tuviera nada que esconder, pero el mero hecho de demostrar que tenia algo de interés en el exterior le avergonzaba.
Era un muchacho tímido, pero con un potencial por encima de las expectativas comunes. Su rostro era fino, con cejas oscuras, labios delgados, piel pálida. Vivía en un apartamento en Chipre desde hace varios años. Estudiante de Artes plásticas. No acostumbraba a hablar con muchas personas, y sus verdaderos amigos pocas veces querían pasar tiempo con él, pues era insoportable cuando deseaba estar solo, que era casi siempre.
Se asomó nuevamente a la ventana un poco más desenvuelto, al  comprobar que no había nadie. Sus ojos rodearon rápidamente al callejón, los demás edificios, las ausencias de las personas que no paseaban a esa hora de la mañana. No había nada extraño ni exaltante en el contorno, solo aire gris y cemento.

Su cuerpo se agitó violentamente apenas dirigió la mirada directamente hacia abajo.  Entre bolsas de basura alcanzó a distinguir un cuerpo ensangrentado, primero el espanto lo hizo retroceder; luego,  respiró profundo y al calmarse,se asomo de nuevo para examinar bien las características del cadáver callejero.. Tenía un vestido blanco manchado de sangre, sus cabellos dorados se mezclaban con salpicaduras de  rojo oscuro, sus ojos, abiertos como afilando la brutalidad del crimen, habían perdido todo destello.  Lo miraba como acusándole, o así lo pensó él en el furor del momento. La cabeza estaba magullada, la cara moreteada, un silencio brutal.

Sus piernas habían sido vulgarmente mutiladas, solo conservaba de ellas desde las rodillas. Su cara, que distinguía parcialmente desde el tercer piso en el que se encontraba su habitación,daba muestras de una belleza única, pero por encima de esto, brindaba la impresión de haber sido una muchacha serena, alegre y tranquila. Parecía un ángel,  ni siquiera el salvajismo de su asesinato lograba achacar aquella belleza sobrehumana.

 En su regazo, yacía una guitarra ensangrentada y rota,víctima también, del asesinato de su dueña.

El muchacho se sentó en su cama, era victima de mareos. Su cabeza le dolía intensamente, como un si una puñaleta le atravesara la cien. La imagen de la muerta mirándolo fijamente lo espantaba, su corazón latía agitadamente, mientras que su visión se hacia cada vez más borrosa. Una sed mortal se le ceñía a los labios delgados, secandole la lengua, boca adentro hacia el esófago, haciéndole triste el estomago, hasta los pies, donde la sed era más bien la angustia de caminar o no caminar sin un destino. Todo su cuerpo estaba muriendo con la imagen de la muerta.

Cerró los ojos durante un instante. La oscuridad era un calmo rellano en el cual la tranquilidad se posaba.  Su cuerpo volvía a la normalidad, y su respiración disminuía en ritmo considerablemente. Estaba en ese borde virgen que existe entre el sueño y la vigilia, aquél sopor intrépido que invita sin invitar al mundo orinico, estaba al borde del abismo cuando un par de manos suaves acariciaron su pecho, livianas, cariñosas, místicas... No supo distinguir en ese momento que era parte de la realidad y que de la ensueño, ni en ese momento, ni nunca más en su vida.  En su sueño, las manos eran serpientes blancas que se deslizaban por su cuerpo, brindadole un frescor sexual a cada poro de su cuerpo, metiendole entre espacios un poco de infinito en dosis reptiles y divinas. Las serpientes mordieron su espalda, enredaronse en su cuello, bailaron  dejando una huella de fuego en su pecho. Las sensaciones eran demasiado reales para ser parte de un sueño, pensó en un fatal instante de lucidez. Justamente, apenas cruzo ese pensamiento por su cabeza, las serpientes huyeron espantadas hacia lo oscuro. De nuevo, el negro de sus párpados cerrados colmaba el universo. Entonces escuchó aquella voz: "Nunca se debe mirar a los muertos a los ojos. Se les quita la paz." Era una voz dulce, casi burlona en lo que decía. Hermosa, nocturna, sensual. Aquella prófuga voz.

Abrió los ojos lentamente. Estaba completamente inmóvil, ningún órgano respondía. Casi que su corazón y pulmones estaban inservibles, sobrevivía por inercia, casi sobrevivía. Solo sus ojos pudieron expresar el terror que por un instante se apodero de su espíritu. Flotando en el aire, paralelamente a él, estaba la muerta. Sus caras estaban separadas por milímetros, sus ojos lo miraban fijamente, pero ya no lo acusaban, al contrario, lo buscaban con un profundo tinte de ternura, con una misteriosa atracción física y calma, pero implícitamente había algo burlón, algo que se reía del muchacho en la serenidad blanca de sus labios.
Su largo cabello castaño flotaba alrededor de ambos, enredándolos en una tela de distintos matices, un lugar que él entendía solo para un abrazo mortal, un instante de amor desquebrajado, el último.

Un calor furtivo llenaba su ser, lentamente logró tomar el control de su boca, y sin ninguna duda, le dijo: " "Estas muerta.". "Estas muerta, Estas muerta. ¿Vienes a jugar conmigo después de tu masacre? Soy solo un cántaro de cristal que refleja lo que no es. Lastimosamente, a ti no te puedo dar la vida. Muerta, y hermosa. Lirio pútrido de amaneceres inconclusos. Estas muerta".

La muerta, sorprendida por aquella respuesta, que seguramente no esperaba, desapareció de un golpe.
El muchacho, saliendo de un trance, se levanto a ver de nuevo la ventana. El cuerpo seguía allí, sin moverse. "Por lo menos, de allí no te moverás." dijo y se rió, pensando en lo influenciables que eran sus sueños, y lo influenciable que era él por estos


Miró al espejo, entonces no se sorprendió por el hecho de estar desnudo. Tal vez se había desnudado en mitad de la noche, cosa que era común cuando dormía solo. Solo lograba ser más objetivo a través del espejo, miro el reflejo de su habitación, que tremendo desastre. Oleos regados, dibujos sin terminar, ropa sucia, ropa sucia, ropa sucia. Se sorprendió cuando vio varias manchas de sangre en el pantalón que habia tenido la noche anterior. Entonces recordó. La noche anterior habia estado en un bar, en el bar había peleado con un tipo cualquiera, pero había salido ileso, por lo menos él.  No importaba, no era un gran suceso. Tenía que pensar en trabajar en cualquier obra, por trabajar, por ver morir el día en sus manos. Que buena idea, pensó entonces, pintaría el morir del día en sus manos.

La idea le golpeo abruptamente el cerebro. Dos manos, sus manos, que tenían el sol y lo desangraban con palabras. Asi imagino su cuadro, el sol se desinflaba en las puntas de los dedos, mientras escapaban poemas negros que mataban el día, mataban el día, el sol, las nubes, el fondo azul casi gris, casi gris, casi triste. Sus manos mataban el sol, el día. Que buena idea aquella.

No quería vestirse, cuando pintaba desnudo se untaba todo el cuerpo y resultaba haciendo una réplica de su cuadro en el mismo, así era la única forma en que de verdad le fluía. Tomó un lienzo casi limpio que tenia en su habitación y recogió los oleos que estaban esparcidos por la habitación, una energía exuberante lo dominaba. Quería pintar como un animal todo el día.

Todo salió bastante bien, pensó, tras largas horas de pintar. Se reía constantemente de su trabajo,de si mismo, de lo patético e insoportable que era ser quien era. Había pintado el recuerdo de la muerta encima suyo. La idea del sol muerto en sus manos? Ahí había quedado. Los ojos de la muerta lo miraban desde su pintura, que tenia un fondo rojo, muy rojo. Pero no por pasión, ni por violencia, por algo, algo rojo que vivía en él en ese día, rojo inexplicable.

"Maldita Muerta." Dijo.

"No se debe maldecir a los muertos. Se les quita la paz." dijo la boca que él mismo había pintado. Aquella voz, hermosa, sensual, pero esta vez, evidentemente burlona. Se reía a cantaros luego de ver la sorpresa del muchacho, su terror.

El muchacho, corrió hacia la ventana, confiaba en que eran alucinaciones suyas. Miró hacia las bolsas de basura, donde yacía el cadáver. Si, allí estaba. Solo eran voces en su cabeza. O eso creyó entonces.
Atónito, vio como el cadáver le sonreía, burlándose de él. Del mismo aire, la muerta se levanto de su lugar, y empezó a caminar  o hacer como si caminara verticalmente sobre la pared, lo más absurdo, era su falta de media pierna para caminar, mientras se acercaba a la ventana dando como si diera saltos de niña, cantando canciones infantiles, pero sin pies.

El muchacho asintió el reto, si su mente quería jugar con él, él jugaría con su mente. No se daría el gusto a si mismo de verse muerto de espanto. Pero que curioso utilizar la expresión "muerto" en aquél momento. Así que decidido, se sentó en la cama, a esperar a que la muerta llegara, para no darle la importancia de la llegada. Cuando la muerta llegó, el muchacho tenía una expresión bastante seria.
Ella esperaba causarle un gran impacto pero la impresionaba fuertemente la inmutabilidad del aquél personaje. ¿Por qué no se asustaba enfrente a ella, esta bien no temerle a los muertos, pero por qué no le temía específicamente a ella?

No se daría por vencido tan fácil, pensó la muerta. Así que se impulso bruscamente hasta agarrarlo de con ambas manos de la garganta, ( los muertos no atraviesan todo lo que tocan.) contra la pared, asfixiandolo.
El muchacho, fue presa del miedo en el instante, pero recordó que creyó creer que todo era una jugarreta de su mente.

Entonces pronuncio : " Caminante entre las piedras negras, fiel sátira de mis propias mentiras. ¿A quien crees engañar? No te temo, no temo a ninguno de mis fantasmas. Estas muerta,  y poco es lo que vales."

La muerta, herida cruelmente, dejo escapar un "Cínico!" pero luego se recompuso, diciendo:
"Desde los bordes de lo que es inexplicable he venido para llevarte, a que conozcas el placer de lo étereo, a que pruebes la guillotina y el extasis, el cantar en los cráteres de la Luna y el arder en los fuegos del Sol."

El muchacho lo imaginaba todo según sus palabras, y lejos quedo el miedo. Se dio cuenta que de las palabras de la muerta saldrían grandes ideas para sus trabajos. Emocionado por las palabras de la muerta, la tomo por los hombros y la lanzó contra la cama. La acaricio suavemente, diciendo: "¿Qué es lo que quieres, espectro de luz, bella flor de los campos azules, de los jardines delirantes?"

A lo que la muerta respondió: "Quiero llevarte, quiero llevarte, al pozo de mi muerte, al sarcófago de lo que es dulce."

"Llévame entonces ", gritó el muchacho. Sin darse cuenta que hubiera  caído en la trampa, si realmente fuera un juego de su propia mente.

"No puedo" dijo secamente la muerta. Desapareciendo y apareciendo por todas partes. "Soy carne de angustias, soy vegetal florecido en invierno."

"Cuéntame la historia de tu asesinato. " dictaminó violentamente el muchacho. A lo que la muerta cesó de desaparecer y aparecer, para quedarse estática, con una sonrisa placentera en su rostro. Te lo contaré.

La muerta, con una fuerza incontrolable, agarró al muchacho de hombros, hasta llevarlo por la fuerza contra el espejo. El temió, ahora sí. Tantas sensaciones fisicas no podian ser parte de un sueño, y recordo las serpientes, las serpientes blancas, y sentirlas era como sentir las manos de la muerta en su cuerpo, acariciandolo bruscamente contra el espejo.

Entonces el extraño calor se apoderó nuevamente de su cuerpo, cada vez que la piel de la muerta lo rozaba, sentía él caer mil estrellas derretidas en su cerebro, atravesandole la espina dorsal, formandolo y trasgrediendolo de nuevo en muchos seres, en gran cantidad de existencias. Y era entonces el rugido de la cascada, el cantar de las alondras, las nubes de marfil en un cielo transtornado. Por sus manos se convirtio en los atardeceres, las sonrisas, los poemas, la música, las maldiciones.  La muerta tocó cada parte de su ser, hasta rodear su cara con sus manos y acercarla a sus labios.  Lo besó fatalmente, acercando cada poro de su cuerpo a la muerta, al cielo, al atardecer, a la pintura, a la muerta. Su sexo se introdujo en aquel miasma de cosas sacras, cosas placenteras, cosas coloridas, cosas delirantes. La muerta, con una sonrisa tan bella, con una sonrisa tan eterna.

Entonces, en aquella cumbre de éxtasis, la muerta pronunció estas palabras: "Tu me asesinaste." "Fuiste tú."

Ahora, en aquél basurero, se encuentran dos cuerpos, una muerta, con una guitarra ensangrentada, y  un muerto, con un cuadro de dos manos que matan al sol, ensagrentado.



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