lunes, 5 de noviembre de 2012

Criminal impune.


Abrió las puertas a un laberinto sin sombras. ¿Cómo guiarse en la blancura total? Un sutil sentimiento de angustia le caló lo huesos. Perderse, entre la historia hipócrita de un color blanco. Que miseria, que ardiente miseria.  Hay tanto de tibio en sus manos, hay tanto de fatal en su caminar. Es un laberinto del que nunca se sale, se vive con él, en las ensenadas de la memoria, en la encrucijada de un olvido.  Podrán comerse sus despojos los animales sin nombre.
Podrán huir como tuertos asustados los poemas, podrán suicidarse en la loma del viento. Dar un paso, continuar, siempre continuar. Es una máquina, un designio infernal. Solo importa continuar. No vale nada en absoluto lo demás, la historia que se anula, los seres que se viven, las angustias en forma de víctimas. Su lujuria astral lo condena a breves pausas de tristeza. A cortos intervalos de euforia. Hay un nombre para todo esto,  hay una clave, hay una puerta secreta. Y de repente, todo desaparece. Las llaves no casan con las puertas, las puertas no abren,  no hay nada tras ellas.
Enfurecido sobre el discurso, criminal impune.
“Mañana arrancaré de mi mismo un pedazo de silencio. Lo veneraré como deidad, le haré libaciones con vino. Le rogaré al este silencio que me extermine, una vez por todas. Criminal impune.”
El tiempo sufre su falta de consideración. El tiempo huye despavorido. Una estrella ha amenazado con morir y obliterar todas las cosas en un gran agujero negro.  Él ruega a la estrella.
Las palabras son la muerte. Si se vive y se escribe, se puede morir mil veces de anticipado. 

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