Abrió las puertas a un laberinto sin sombras. ¿Cómo guiarse
en la blancura total? Un sutil sentimiento de angustia le caló lo huesos.
Perderse, entre la historia hipócrita de un color blanco. Que miseria, que
ardiente miseria. Hay tanto de tibio en
sus manos, hay tanto de fatal en su caminar. Es un laberinto del que nunca se
sale, se vive con él, en las ensenadas de la memoria, en la encrucijada de un
olvido. Podrán comerse sus despojos los
animales sin nombre.
Podrán huir como tuertos asustados los poemas, podrán
suicidarse en la loma del viento. Dar un paso, continuar, siempre continuar. Es
una máquina, un designio infernal. Solo importa continuar. No vale nada en
absoluto lo demás, la historia que se anula, los seres que se viven, las
angustias en forma de víctimas. Su lujuria astral lo condena a breves pausas de
tristeza. A cortos intervalos de euforia. Hay un nombre para todo esto, hay una clave, hay una puerta secreta. Y de
repente, todo desaparece. Las llaves no casan con las puertas, las puertas no
abren, no hay nada tras ellas.
Enfurecido sobre el discurso, criminal impune.
“Mañana arrancaré de mi mismo un pedazo de silencio. Lo
veneraré como deidad, le haré libaciones con vino. Le rogaré al este silencio
que me extermine, una vez por todas. Criminal impune.”
El tiempo sufre su falta de consideración. El tiempo huye
despavorido. Una estrella ha amenazado con morir y obliterar todas las cosas en
un gran agujero negro. Él ruega a la
estrella.
Las palabras son la muerte. Si se vive y se escribe, se
puede morir mil veces de anticipado.
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