sábado, 28 de julio de 2012

Tortura.

El hombre no se había rendido aún. Conocía muy bien este tipo de casos, no me alarmaba. Primero, la valentía, el amor a la integridad, al a dignidad y la libertad. Luego, suplicas, violencias, insultos, y al final, lágrimas. Yo sabía muy bien que no era inocente, tampoco realmente culpable, pero debía torturarlo hasta que aceptara ser culpable.
¿Por qué? Por placer.

Por su rostro, digno aún, corría un pequeño riachuelo de sangre. Probé el líquido con mi lengua... El hombre calló inmediatamente. Que fuera  una mujer y no un hombre quien lo humillara de esta manera era algo que yo sabía bien, lastimaba su amor propio más allá de cualquier frontera. Tipos orgullosos como estos me encantan a la hora del suplicio. Este era un trabajo importante. Era un político joven, un granuja corrupto y pretencioso, que como el viento había soplado a su favor en los últimos tiempos en el juego de poderes del país, estaba confiado en que era un  personaje "intocable".

Dejé que se calmara por un momento, le solté las cadenas y lo dejé ponerse su vestimenta elegante de nuevo. Inevitablemente, el hombre creyó que todo había acabado y que había sido una broma de mal gusto, contra la cual descargaría todo el peso de sus influencias. Así dijo, petulante: "Llamaré a mi abogado. Intentaré que a ti te den poca pena, pero a los que están detrás de esto...ya lo veran".

Lo que más risa me dio fue su indulgencia conmigo. Era una forma de devolverme las humillaciones, de pretender superioridad. No entendía que si lo dejaba libre por unos instantes era solo para aprisionarlo de nuevo, y sufriera un poco más por su añorada libertad. Los humanos solo apreciamos lo que podemos palpar en momentos de desesperación. 

Soy una mujer atractiva, lo sé muy bien. A pesar de las noches enteras que he pasado torturando gente, no he perdido mi encanto femenino. A veces, coqueteo con los que ya no tienen más esperanza en el mundo. Este hombre, definitivamente, no era uno de ellos. Pero intentaría algo nuevo esta vez. Mi cuerpo es un buen cuerpo, Tengo labios bellos, sutiles. No soy muy alta, tampoco bastante bajita. Un poco perfecta, mis piernas, exquisitas.  Mis senos son grandes, buenos, firmes. Solo sufro de un defecto. Tengo pecas en mi espalda. 

Me quite la blusa sin decir nada. El degenerado creyó que era un agradecimiento por su demostrada benevolencia con el asunto del abogado. Se lanzó hacia mi como un perro... Yo dejé que me tocará, insinuándole que me besara un pezón. El idiota, ardía de ganas. Al primer contacto de sus labios con mi piel, cayó al suelo. Sus ojos se perdían en puntos en infinitos de dolor, su boca expulsaba babasa. Sufría, sufría mucho, el veneno que había preparado no lo mataría, pero si le causaría espasmos, le dañaría un poco de sistema nervioso. Y eso que fue poco lo que bebió, pero yo conocía las características necesarias para cada caso. Ya había bebido de este veneno antes.  Lo mejor de todo, bajo los efectos de este brebaje no se perdía la conciencia. Se perdía el habla, se sentía encerrado dentro de sí mismo, pero se manejaba una conciencia del exterior precisa, tan precisa, que era fatal.

Lo arrastré por toda la habitación, lo golpeé contra las paredes, le atesté varias patadas. El orgulloso hombre había desaparecido. Ahora solo quedaba una pequeña criatura que rogaba por piedad con sus ojos.
En ese preciso momento, me lamenté que no pudiera hablar. Lo principal sería que se escuchase a si mismo suplicante, como el ser humano más sucio, más triste, más infortunado. Claro, que seguramente esto era lo que cruzaba por su mente en ese momento.

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