jueves, 26 de julio de 2012

Tribulaciones de un asesino.

Una luna tatuada debajo de su cuello. Ese es el primer recuerdo que tengo, arrastré como un maniático mi cuerpo por calles solas. Su mirada, tan oscura, encarnaba mis temores más humanos. Yo estaba alucinando, a esa hora de la noche. Era imposible estar en dos lugares tan contrarios a la vez,  sentado en el frío de un parque solitario y en el mismo momento rodeado por el fuego intenso de su rabia. La ciudad que ardía en una imagen de eterna, me consumía poco a poco. Tenía algo de carbón en los pies, por consecuencia de pensar en la ira  de aquella que en ese mismo momento, pronunciaba mi nombre en silabas lentas, como alzando su voz hacia un ritual mortal.

Encontré, tras un largo caminar, una caja negra. Aturdido, como estaba, no pude pensar en nada. Solo la tomé y la guardé en mi chaqueta.  Me tendí en el pasto, exhausto. La medialuna se posaba cerca del horizonte, muchas estrellas alumbraban similares a velas ardiendo. Creo que dormí, o soñaba despierto. Tan mareado estaba, tan débil, que no puedo recordar en este momento mi estado en ese entonces.

De la extraña caja negra, su voz se producía. Cantaba, ¡cuanto me gustaba escucharla cantar!
Que lastima haberla asesinado esa misma noche... Así no la podría escuchar su música.
Era lo único que lamentaba, no volver a escuchar canciones de sus bellos y finos labios.

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