sábado, 28 de abril de 2012

Fantasía.

Una tarde ocurrió, que no reconocí a nada ni nadie. Olvidé absolutamente quien era, que significaba todo lo que veía, la calle en la que me encontraba, las ropas que llevaba, la "identidad" que debía personificar.  Anduve absorto por todos los caminos que antes eran conocidos. Mis pasos no se orientaban hacia ningún lugar, no sabía porque caminaba, ni siquiera el como lo hacía. Mi memoria me había abandonado, y así llego la extasiosa sorpresa de reconocer el mundo, por tonto que antes parecía.  Caminé entonces, hacia lugares impensables, deshaciendo la misma lógica, pues cuando la tierra presentaba grandes caídas, yo caminaba por el aire, hacia las nubes o aquél horizonte colorido que se me presentaba. Para mi no era nada extraño, o mejor dicho, todo lo era, hasta el mero hecho de respirar, de ver, de sentir el viento me eran cosas completamente desconocidas, pero inmensamente gratas. Así que si sacaba alas,  bebía del sol de mis propias manos o admiraba el verde del pasto, todo era bello y extraordinario, todo era una gran fantasía.

El camino del silencio me llevó hacia lugares transparentes a primera vista, escondidas entre los pliegos de nuestra realidad (¡Aquella que creemos tan llana y que tiene tantos planos y matices!) , regiones que no podían ser vistas con la lógica que afortunadamente había perdido. Lo primero que vi al atravesar las Puertas Invisibles, fue una llanura basta y hermosa,por la cual se extendía el sol de atardecer. Era lo que más recordaba, como las praderas lucían de oro con el amable resplandor del Círculo de Fuego. Era una escena tan tranquila, que encerraba un misterio cálido, mágico. Mis pies se movían solos y mi cuerpo, sumiso pero sereno, se bañaba gozoso en la luz del crepúsculo. El aire que respiraba era musical, atravesando los poros de mi piel, los sonidos eran seres graciosos y amables, que jugaban alrededor mío. Unos entraban en mí, explotaban coloridamente y luego escapaban furtivos. Otros se limitaban a andar rodeándome,  acompañándome en mi camino. Continue así, en la más calma felicidad hasta el anochecer. La llanura estaba en una soledad total. Con la luz del sol, los seres musicales se habían ido, exceptuando uno, el que más alejado se había mantenido durante el día, era el único que mantenía a mi lado ante la omnipotencia de la noche. La luna brillaba en todo su esplendor, como una loca, como una loca. Alrededor suyo giraban muchos destellos que instantáneamente reconocí. Eran los sonidos del día, habían partido de mi lado para estar al lado de la Luna.

Quede absorto mirando aquella belleza, que irradiaba luz. Al ver que no continuaba mi camino, mi sonora acompañante empezó a cantar de una manera que sobrepasaba todo límite. Me dirigí hacia esta, pero salió huyendo a través de la llanura. la Luna solo observaba como yo perseguía como un loco aquél destello. En la parte más central de todo el valle, se detuvo por fin mi perseguida. Su cantar había cesado, e inmediatamente me postré a su lado, se hundió en lo más profundo de mi pecho. Sentía como recorría mis venas con su furor musical, plantando en mi carne un fruto místico,  una semilla que me unía más con la Madre que me rodeaba. Luego de esta nueva sabiduría logré entender cosas que no se explican con pensamientos ni palabras, volví a  poseer el instinto perdido que me comunicaba con la naturaleza.

Comprendí, gracias a este nuevo don, que la Luna me observaba con celo, que me deseaba. De repente, el suelo en el que me estaba parado se alzó por las alturas, creciendo a gran velocidad, hasta llegar a los aposentos de la Luna. Era una gran montaña la que había crecido a mis pies solo para llevar hasta los luminosos aposentos de la dama bella y fatal. Caminé nuevamente sobre el aire; a cada paso que daba, todas aquellas luces musicales se instauraban en mi pecho.Cada vez me hacia más liviano, o no, no era levedad, era que mi piel se fusionaba con el viento a cada paso, transformándome en la misma atmósfera de la noche.

La Luna me esperaba impaciente ya, en su deseo de la Consumación. Todos los espíritus musicales me acompañaban, pues así eramos un ser completo; aquél ser místico que durante tantos siglos la Luna había esperado. Cuando pisé su corteza, lentamente fue abriéndose un camino entre jardines blancos. Llegué al final, a un vestíbulo, en el que me esperaba una mujer con alas de águila y piel blanca de serpiente. Su belleza era insuperable, su divinidad me fundió en un trance sin igual.  Todo mi cuerpo emanaba calor, deshaciéndose poco a poco hasta llegar enfrente de la diosa lunar. Su sonrisa, que emanaba magia, me arrullaba en la felicidad absoluta. Solo entonces, cuando estuve frente a ella, me di cuenta de los cambios que mi cuerpo había sufrido. Yo también poseía alas y piel de serpiente, a diferencia de que mi pecho estaba abierto de par en par, con mi corazón latente, en ofrecimiento.

Ella lo tomó violentamente, pero este se rechazaba a salir tan fácil de mi cuerpo. Resultamos abrazados en una funesta tormenta, con mi cuerpo ceñido al de ella. Le besé sus labios, conociendo el placer absoluto. Sensualmente mi piel se fundía con la de ella, sobrepasando, con nuestro ardor, el mismo fuego que irradiaba el Sol. Nuestros cuerpos colisionaban hasta fundirse, y de nosotros emanaba tanta energía que todo a nuestro alrededor empezó a transtornarse violentamente. El placer de nuestro encuentro llegaba a puntos cósmicos, y toda la galaxia estaba siendo succionada por nuestro voraz núcleo, que ya no era de dos, sino de uno. El Sol, entonces, fue atraído hacia nosotros. Todo su fuego atravesó nuestras bocas, nuestras pieles, nuestro único ser. A través de la mágica consumación nos habíamos convertido en el centro de todas las cosas existentes, que devorábamos a medida que se veían atraídas hacia nosotros.

El ritual hubiera durado por siempre, para siempre. Pero mi amada Luna,diosa inmaculada, deseó otra cosa. Me arrancó el corazón, mascullándolo violentamente con sus dientes. Entonces caí, hecho una mera sombra, hacia el fondo de la tierra. No podía encontrar consuelo ni calma a mi dolorosa situación, pues todo el cuerpo me ardía, mi piel desesperada trataba de despegarse, huir de mi maldita existencia. Solo el conjuro de la diosa Luna podía neutralizarse en el centro de fuego, así que me dirige desesperadamente al corazón de la tierra, el único sitio que la diosa no había devorado por completo.  El resto del universo estaba detenido, el tiempo y el espacio habían sido quebrantados. Solo existía la diosa en el centro, y las existencias detenidas para siempre en la inmovilidad. Yo, en mi caída, me refugie en el fuego que aun estaba intacto, viviendo siempre desde aquí, huyendo de su hambre voraz, que algún día, me encontrará y me consumirá por completo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario