viernes, 24 de agosto de 2012

Noche.

Una sensación de podredumbre se apodera de lo que veo, huelo y palpo en las calles de la noche. La "suciedad" me invade. Siento entrar por mis pies un ejercito violento de insectos, todos marchando hacia mi vientre.  Tal vez sean las nauseas, el asco a la humanidad que me agarra cuando me sé humano y no sufro hambruna, ni frío y escasez como la mayoría de los humanos. Entonces me doy cuenta que soy real y no lo merezco, que pertenezco a una estirpe de hombres que provienen del trabajo a la tierra, más yo no la trabajo, yo la pisoteo con mi respiración de tigre enjaulado. No seré jamás el pasado, tampoco el presente ni semilla del futuro. Una semilla de palabras rotas, una sombra entre calles recorridas, un espirítu vagabundo que canta sin voz, sin final.

Y la verdad, sobre todo, es que lo disfruto. Ser el todo y la nada en los bordes de la memoria, la guía mística el dolor placentero en la música. Un difunto a punto de revivir en los filos de la noche, tan dulce y vivaz.

Si, una sensación de podredumbre me invade y puedo entender por fin, la podredumbre también es y será divinidad.


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