sábado, 9 de julio de 2011

Corazon Aprisionado.

Corazón aprisionado. Los barrotes oxidados que atraviesan tus caminos me tienen encerrado en una bruma aterradora. Cada vez más, aparecen silencios y sombras con melodías juguetonas. Acaso olvidaste cantar alguna vez? Corazón apuñalado. Las estacas atraviesan los versos que escribió en la tierra apunta de sangre. Cuando fue que los pasos se enamoraron de esta tiniebla asesina, de este trémulo acontecer fatal?


Me acerqué a su habitación sigilosamente. El pasillo blanco era grotescamente influenciado por una penumbra pervertida y lóbrega. Las puertas callaban historias de miles de épocas atrás. Tal vez por allí habían entrado ya miles de pensamientos, de ideas torturadas, de sentimientos anclados a filos inolvidables.
El Tiempo lloraba desarmado entre las paredes de la casa, y es que esté se había convertido en un monstruo, en una horrenda mutación de hechos trascendentales, con burlas y gritos eufóricos, una mezcla raída y sucia con la que ya nadie quería tener que ver. Ya cada quien en esa casa se había cerrado a no estar en la misma dimensión, convirtiendo a el Tiempo en grotesco e innecesario, sacado a patadas de cada parte porque todo el mundo lo miraba como se mira a una visita que nunca fue esperada. El Tiempo andaba de aquí para allá, triste, desolado, crucificado. Todos lo detestábamos.
Cuando pasé a su lado, olía a guerras e ideas de libertad, a miles de mano apretándose en unión mientras sus homologas se mataban unas a otras. La repugnancia me obligo a bajar la mirada, daba lástima. ¿Por qué nunca fue que aprendió a cantar y mandar a la mierda todo?
Le dije al Tiempo: “Enamórate de unos ojos oscuros y piérdete para siempre. La Fantasía te está buscando para colgarte el corazón del atardecer. ¡Corre Tiempo! Antes de que los segundos se pongan en tu contra y pongan tu cabeza de bandera”. Apenas le hablé al Tiempo, este me sonrió con su boca desfigurada, salió corriendo por la verja y nunca más le volví a ver.
No hube de dar unos pasos más para estar enfrente de su puerta. En está habían ojos ciegos. Nunca mirarlos. Nunca mirarlos. Nunca mirarlos. Hay magia trastornada andando por ahí, había que tener cuidado. Hay sueños peligrosos devorando miradas en esta casa.
Di un solo paso adentro de su habitación desde allí tuve vista de todo el compartimiento, de sus cortinas rojizas que con la luz del sol llenaban la habitación de un rosado fúnebre, las mesas de noche, con libros, cigarrillos y partituras; cuadernos, dibujos, pinturas. En las paredes había imágenes y fotografías de casi todo lo que existía en su pequeño mundo.
“¿Están todos adentro? ¿Estas tú adentro? La ceremonia está a punto de empezar.”
Y allí en el centro de la habitación, la cama angosta y simple, donde, lo tengo por seguro, pretendía dormir las miles de noche que pasaba agobiada por el insomnio, por las pesadillas en vigilia, por sus tormentas. Claro, no era que ella estuviera triste todas esas noches, tampoco es que sus días fueran aburridos. Ella reía casi a toda hora!! Pero en las noches miedos abominables se apropiaban de su cuerpo, de su espíritu, de su sonrisa dulce. Yo todo esto lo sabía, yo sabía cómo su cuerpo temblaba ante la noche pero nunca me acerqué. Yo conocí los mismos escalofríos, yo supe que es que el corazón le brinque a uno queriendo salirse, queriendo morirse, queriendo estallar de adrenalina, de imaginación, más bien, mucho mejor dicho, de Delirio.
Esta noche, la sentí más despierta que nunca, mucho más lívida, más fuera de la realidad que nunca, más ronca, más inconsciente. Tal vez se estaba empezando a creer la historia por eso era mejor darle una pequeña visita.
Encima de esa cama, estaba ella con sus ojos bien abiertos y su pijama desajustada. Temblaba. Su cabello casi rojizo se desprendía hacia todos los lugares, casi como si fuera un río que fluía hacia todas partes, mientras sus arrugas se tensaban, su sonrisa se desdibujaba y sus ojos se mantenían fijos en mí. Había algo en ella, algo dulce y desesperado. Me la comería entera cuando acabara la noche y creo que ella lo sabía. Ahora nos dábamos cuenta que lo que ella temía cada noche era cierto, que todas las pesadillas se habían vuelto realidad. Y esa realidad, bonita e inocente, desprendida y loca…esa realidad se encarnaba en mi. Ella lo sabía, esta noche no sobreviviría al encuentro con mis dientes.
Ella debió haber escuchado la desazón de mi ritmo cuando me acercaba a su habitación porque me estaba esperando desde una puerta con una sonrisa. Apenas me vio llegar, lo único que me dijo fue: Bienvenido. Y me abrazó. Este abrazo yo lo sentí como una punzada. En él había una traición preparada que nunca se cumpliría.
“Aprende a olvidar. Aprende a olvidar. Hablar en alfabetos secretos…”
Era la hora de los caníbales. Ella lo sabía.

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