sábado, 9 de julio de 2011

Oleos.

En esa mañana, la que antecedió al Gran ritual, nada pasaba. Todo el mundo estaba sentado en sus posiciones, era un día de colegio normal, los salones se callaban todos los cuentos infantiles mientras los profesores daban clase.

Yo tenía frío y quería irme a tomar café caliente en cualquier cafetería, pintar las paredes de las calles y luego huir de los policías o simplemente sentarme en la tranquilidad de un parque a escuchar los arboles hablar. Cualquier cosa menos estar en el colegio, es que allí todo tenía un color gris y la monotonía reinaba sobre todo. Cuando las personas hablaban solo se percibía un zumbido asqueroso; el mundo estaba hecho de asfalto quemado allá.

El día anterior fui a comer helado con una niña de pelo azul llamada María del Sol. Ella vivía lejos de la ciudad, en el norte, en las montañas azules, donde me decía ella no había ruido ni suciedad, solo silencios de colores. Me contó todo sobre su forma de vida, que estudiaba Artes Plásticas en Bellas Artes, que solo iba 3 veces por semana porque su papá no la dejaba salir de su casa más que eso. Ella estudiaba porque quería, porque con toda la plata que el papa manejaba podía vivir con todo lo que quisiera sin mover un solo dedo.

“Es que mi papá es traqueto y tiene enmarañado a casi a todo la gobernación de aquí de Caldas.” Me dijo, sin temor ni vergüenza pero con cierto desaire de desprecio. En sus ojos relucía un brillo atrevido cuando hablaba de su padre, como si supiera que al hablar de él estaba jugando con la muerte y aun así, jugara lo más descuidadamente posible. Era por eso que vivían en una mansión al otro lado, apartada de todo otro tipo de vivienda por millares de hectáreas, en las profundidades del Páramo de Letras; en ese frío tan denso, donde la misma neblina servía para ocultar su hogar como si no existiera.

María del Sol era bella, aunque es mucho mayor que yo. Le gustaba Pink Floyd más que todo, ayer me dijo que algún día pintaría la viva imagen de la soledad y sería un cuadro de “Atom Heart Mother”. Me dijo : “ Quiero convertir las canciones en pinturas” . Y entonces yo deseé ser canción.

Era la primera vez que la veía libre, siempre andaba con sus escoltas de arriba para abajo. Cuando le pregunté donde estaban los simios (Porque así llamaba a los escoltas), me sonrío picaresca diciendo “Que lindo esta el día”!. Luego voltio su mirada hacia la ventana y vi su cuello, tan suave y blanco, como un paraíso de algodón. Le dije que ella no parecía persona sino esbozo de un jardín en invierno. La voz de una melodía que no existe pero no se olvida; una atadura de la memoria que se engendró en el vientre de una estrella de medianoche. Eso era ella.

Los minutos no pasaban y yo seguía atascado en plena clase de Ingles. Dos bufones se colocaron a pelear que porque la novia de uno le manda mensajes al otro; en ese mero salón había 3 con corazones rotos, 2 con sida, un trompetista y muchos que no sabían para donde ir. De un buen puñetazo empieza a sangrar una de las dos bocas y a me me da rabia, ojala todos nos hubiéramos rebelado, sentándonos en el piso a cantar como lo hacían los indígenas de antes y así no dejar dar clase. Debieron haber llegado las madres de la selva a hechizarnos con sus reinos de lodo. Extrañé entonces la madre Tierra, queriendo ser una vez más la energía salvaje de su vientre.

Pero no, aquí solo hay un par de niños ricos peleando. Apenas suena el timbre de salida salgo lo más rápido posible para respirar. Ese día no quise bajar a mi casa a almorzar, solo tenía una hora y media antes de volver al colegio en la tarde y era mejor aprovecharla. Era mejor andar por Chipre, tomarse un pintadito; buscar calles vacías para recorrer y ver que historias contaban sus andenes.

Me fui adentro por las calles de Chipre, hasta un lugar especial en el que nadie nunca se adentraba; era el lugar en el que milenios antes Margarita y yo solíamos encontrarnos a escondidas del mundo. Allí crecían flores que en ninguna otra parte del mundo florecen, flores hermosas de formas y colores estrambóticos, que cualquiera que las consumiera perdía por completo la razón. Solo yo sabía cómo entrar a este lugar, era mi pequeño paraíso personal.

Pero sorpresa la que me lleve al ver que María del Sol estaba allí. Solo había sido un día de la última vez que la veía y estaba completamente cambiada. Tenía una fuerza indiscriminada que se apropiaba del veneno que habitaban en las flores. Aunque tenía la misma ropa que el día anterior, estaba sucia y manchada de sangre; sus ropas parecían deshilachadas por décadas. Sus ojos miraban orgullosos y vehementes, su rostro estaba cubierto de una serenidad hermosa y fatal; de seguro había matado a los simios.

“Llévame a casa” me dijo, sin mirarme realmente. Estaba imbuida en un trance más allá de mi dimensión en ese momento. Tenía una sonrisa delirante más grande que el sol, recitaba una y otra vez:

“ Hoy tendrás un poquito de magia, te mostraré a las estrellas. Llevame a mi casa que mis oleos te esperan”.

Nunca supe que hizo con los cuerpos de los guardaespaldas. Su camioneta estaba parqueada en un callejón cerca a donde estábamos, ella me llevo allá y abrió las puertas de par en par del vehículo con presuntuosidad. Estaba orgullosa de lo que había hecho. Todo adentro estaba ensangrentado, los había despedazado pedazo a pedazo con un machete o algo cortante, pues la excesividad de sangre y pedazos de carne regados era exuberante. Tuve que admitir que aun de tener tantos años comiendo carne humana, esta escena me pareció repulsiva, pero en ese momento no había mucho que pensar; ni siquiera como una pequeña muchacha había acabado con dos hombres corpulentos y armados. Las llaves estaban puestas. Yo me dispuse a manejar pero ella me corrió con fuerza hacia el puesto del pasajero. Sus movimientos eran inseguros, pero poseían una violencia que parecía ajena a ella misma. Eran la 1 30 de la tarde.

Mientras íbamos para allá trato de llamar mi atención, cosa que nunca hacía. Normalmente era fría y distante, pero esta vez paraba a cada momento el carro para tomar mis manos y besarlas. Me miraba con pasión y recitaba poemas a cada rato; pero yo sentía que ni sus miradas ni los olores dulces que salían de sus palabras eran míos. Eran para un dios de las aceras que la había enamorado, prometiéndole un universo para ella sola, introduciéndole belleza inmaterial por su piel frágil y suave. Pero a la final lo único que ella hacía era sonreír y observarme, más que observarme calcularme, como si detallara todos los ángulos y enfoques que podría necesitar. Sus ojos eran manos que pintaban con solo mirar y yo me sentía como una pertenencia de estos. Me sentía canción para ser convertida en pintura. Ella y yo lo sabíamos claramente, yo no sobreviviría esa tarde.

Detuvo el carro por Maltería. Se abalanzó a besarme de una manera tan violenta que fui casi obligado a sus labios. Me besaba con desesperación y dolor, como queriendo escapar a través de mi boca de un destino fatal. No lo disfruté, pero vislumbre el terrible contacto que tenia con el infinito, esa hambre voraz de un cosmos que le consumía el pecho. Era una cosa mágica y abrumadora; una luz blanca que me entraba por los labios y me hacía perder la claridad de los sentidos, la consciencia se volvía una lujuria inmensa por eternidad, un ardor insaciable y tentador a lanzarnos por el todo. Ser el absoluto.

Solo después que me soltó salí de ese trance blanco, entendiendo el placer que ella sufría, la necesidad insoportable que ya no controlaba. Pero la inquietud de sus actos demostraba que ella ya empezaba a entrar allá, en ese territorio blanco del que no regresaría jamás, ya daba sus primeros pasos en el lugar demente y fantástico que tanto buscaba, y que yo, fuera como fuera, le ayudaría a encontrar. Se abalanzó sobre mi otra vez, pero la detuve. Le dije que tendría todo lo que quisiera, apenas llegáramos a la casa; entonces se calmó y me cogió con fuerza de la mano. La solté y me dedique a mirar las montañas.

Era un caserón enorme y moderno, la puerta principal estaba antecedida por un camino de piedra en el cual se encontraban estatuas de Neruda, Jimmy Page y el Che Guevara completamente impecables. Todo se encontraba en un orden impresionante y la exposición de distintas figuras artísticas alrededor de la casa daba la sensación de museo. Las puertas de la entrada eran dobles, hechas de madera tan altas como las de las Iglesias, con vitrales en las dos ventanas frontales, con acabados todos hechos en madera antigua. Era una construcción completamente distinta, bastante extraña para encontrar por aquí. Eran casi las tres de la tarde, pero hacía un frío fatal; no se veía más allá de diez pasos por la densidad de la neblina, pero la blancura que esta proporcionaba daba la sensación de frescor y unicidad inigualables. Me sentía parte de la imagen que veía, como si mi existencia se mezclara con ese color blanco…

“No entremos todavía a la casa, hay algo que quiero mostrarte antes.” Me dijo con voz suave, pero potente; como si fuera shaman de un antiguo festival indígena. Yo me moría de agitación, cualquiera que fuese ese camino que ella traía adentro para comer galaxias, lo conocería antes de desaparecer. Subimos por campo abierto hasta un lugar cubierto por grandes árboles, allí había una especie de parque, como cualquier otro que se encuentra en la ciudad, con columpios, burritos y pasamanos. De seguro ella le había pedido a su padre que se lo construyera, un parque entre los pinos del Paramo. En el centro había una fuente gigante llena de agua cristalina. Ella se acercó y bebió del agua. El frío era intenso, pero aun así me dio la espalda y empezó a desnudarse. Su espalda era pálida y hermosa, con una firme división en la columna. Tenía cicatrices gigante a través de todo su cuerpo, lo más seguro por ataques brutales de su padre.

Hacía mucho tiempo no sentía tantas ganas de comer carne humana como en ese instante. La hubiera mordido en la base del cuello, justo donde reposaba su cabello, le arrancaría poco a poco la piel y le chuparía los líquidos divinos que están entre los tejidos. Luego la carne y al final los huesos. Huesos mágicos. Pero no, esta vez no era yo el que ejecutaría el ritual, no sería yo quien se elevaría hasta el infinito. Yo solo era la carnada para sus dioses y demonios.

Me miró y sonrió.” Ven a bañarte” me dio mientras me desnudaba. Apenas me quitó la camiseta, mordió con todas sus fuerzas el pecho pero el dolor no me importó. Era hora de que empezará la ceremonia. Empecé a sangrar levemente; ella tomó su cara y la restregó contra la sangre y el rojo vivo le resaltaba mucho más su belleza, sus muecas de euforia y felicidad.

De pronto ella se calmó y todo se volvió tranquilidad. Me abrazó tiernamente como si fuéramos dos enamorados perdidos, sus brazos cálidos me dieron una sensación de infancia, de alegría pacifica. No olvidaré nunca la calidez de ese momento, la última tregua entre las bestias antes de amarse hasta destrozarse. Fui tan feliz, en ese momento me besó suavemente, su corazón estaba pegado al mío, empezó a latir con fuerza creciente pidiendo más, entonces reconocí en ella el hambre insaciable que crecía por devorar carne y huesos. Su corazón le pedía que me devorara.

“PUTA!!” gritó desde atrás la voz de un hombre enfurecido, lo volteamos a ver alarmados. Ella murmuró con voz temblorosa: “Papa…”

“ Además de que matas a tus guardas, te escapas días enteros, dañas mi carro, metes a un niño en mi casa para tus juegos retorcidos? ¡Esta vez no te saldrás tan fácil de esta!”. El hombre gritaba como loco, grande y corpulento. La separó de un manotazo de mi lado, golpeándola como una bestia mientras ella trataba de defenderse. Yo lo empujé, logrando que perdiera el equilibrio y cayera al suelo; le pegué una patada con la que gruño como un cerdo. Se levantó con ímpetu y me pegó con algo en la cara, todo se volvió borroso pero sabía que me había pegado con algo muy duro, algo metálico. No dude en suponer que me había pegado con el mango de un revolver; no veía nada claramente y de seguro él pronto dispararía, hice lo posible para ubicarlo y embestirlo con todo el cuerpo. Acerté, tirándonos a ambos contra una silla de cemento. La cabeza me dolía y no sabía dónde estaba parado. Cuando logre ver claramente, él ya estaba de pie, apunto de dispararme…entonces María del Sol lo apuñalo tres veces en la espalda, cayendo el hombre como un peso muerto en el suelo.

Ella se desplomo, desesperada, a llorar sobre el cuerpo muerto del padre. Su desnudez le daba una fragilidad insoportable, yo no aguantaba verla tendida susurrando incoherencias en llanto. Así que la deje allí mientras tanto me limpiaba toda la sangre de encima en la fuente. Ella lloró casi media hora, según creo. Yo lo único que acertaba a hacer era mirar al cielo, tan nublado que estaba era como ver hacia la nada. Cuando paró de llorar, me le acerque y la abracé nuevamente. Solo me miro con la misma bestialidad que cuando la encontré por primera vez hoy. “ Es hora de terminar esto” y me besó.

Caminamos hacia la casa, mientras que sus pies desnudos se tornaban casi morados, jadeando cada vez que daba un paso, estaba débil y triste. Yo andaba tras ella, mirando las pecas en su espalda, que parecían islitas rodeadas en un mar de leche. Yo soñaba despierto con beber de ese líquido puro, que ganas tenía de romperle la columna y besarle cada vertebra, cada poesía escondida en su espina dorsal. Faltando unos metros para llegar a la casa, como si la vista de ese santuario maldito le profanará el ser, cayó desmayada con una sonrisa torcida. Esta significaba que confiaba que yo la cuidaría de aquí en adelante. Lamí de su costilla congelada, de su sabor se me inundó el alma de inmensa tristeza.

La verdad era que la quería, la quería como nunca había amado a nadie. Por eso me entregaba a su ritual. Estaba enamorado de la sangre de la Tierra que corría por sus venas, encantado de ser el instrumento principal por el cual llegaría a la magia, a todas las cosas dulces delirantes que serían partes de ella. Faltaba poco.

La entré cargada en la casa, la cual estaba llena de ornamentos de todo tipo de épocas y lugares; parecía más un gran museo anacrónico a un hogar. Había maniquíes vestidos de papas, guerreros y héroes. Estatuas de animales y bestias mitológicas; conquistadores y libertarios. Charles Baudelaire, Simón Bolívar, Hendrix, Van gogh, Joplin entre muchos otros. Casi sentí que había una estatua para cada movimiento artístico o cultural. Siempre me sentía observado allí, pero fue mucho más extraña aun la sensación cuando entre por un pasillo blanco y profundo, en el que a lado y lado estaban colgados cuadros en las paredes. Eran pinturas de ella, solo composiciones propias. La mayoría surrealistas, pero más allá que eso en todas se encontraban multitud de colores perfectamente enlazados, que representabas alegrías extravagantes, nostalgias malditas, furias, envidias, orgullos. Todos los sentimientos, casi podría decir que todas las facetas de una persona se podrían encontrar en cada cuadro. Tenían vida, yo podía sentirlo; cada cuadro traba de acercarme, de devorarme como ella lo haría, los colores querían atraparme para ser un nuevo matiz. .

La acosté en la habitación que había al final del pasillo, supuse que era el de ella por los oleos desordenados, las paredes pintadas, los Cds regados y las velas sin encender. Todo estaba listo para la consumación. La dejé que durmiera un rato, mientras tanto exploré la casa, quería invitar a jugar conmigo a esas fuerzas alucinadas que se paseaban por esta… Yo sabía que igual que María del Sol, también deseaban mis huesos y mi sangre.

Desde que salí de allí, la realidad se torno inestable, el suelo mutaba de un lado a otro, cambiando de material y forma, llevándome a distintas direcciones durante horas, no, durante años enteros. Vague por miles de pasillos y entré en los paisajes de las pinturas, dejé de ser persona para convertirme en frases, sentimientos y momentos. Violé las leyes del tiempo todo lo que quise. Conseguí miles de historias y amores durante mis viajes, visité ciudades y conocí personas, sin nunca olvidar que todo lo que veía era parte de María del Sol. Todo era ella y yo vagaba por su mente, que se había propagado tanto que la misma casa era de parte de esta. Cuando por fin llegué al salón principal, el de las estatuas, todo estaba en su punto máximo. Los colores y las formas cambiaban de lugar a su gana, las estrellas estaban cerca de mis manos y el sol cantaba sentado en un rincón. Yo lo sabía muy bien, era el corazón de ella el que hacia todo esto. Era un regalo especial para mí.

Las estatuas cambian de tamaño, se mezclaban unas con otras, creando a veces quimeras gigantes y aterrorizantes, y o tras veces pequeñas figuras que parecían salidas de una comedia. De un momento a otro, una felicidad exorbitante y feroz se apoderó de mí, dándome las voces de maestro de esta nueva realidad con el poder de cambiar a mi gusto. María del Sol se había entregado. Conjuré a todos los dioses para reírme de ellos, que vinieran y congelaran mis pies tanto quisieran pues estos ardían quemando todo lo que pisaban; ya no me podían detener. Mi mirada bañaba en fantasía las paredes, convirtiéndolas en paisajes enamorados del Edén Perdido. ¡Como mi piel reproducía Shine on your Crazy Diamond apunta de murmullos! Las nauseas me elevaban a lo más alto del universo, me llenaban la sangre con la luz de los astros y el ardor del infinito. El corazón de la Luna me poseía.

Entonces Ellos aparecieron, los antiguos, los siempre nuevos, los que son jóvenes y eternos, los que gritan a cada momento cuando se posa el silencio absoluto. Los prohibidos y entregados a cada música. Venían por mí. Cada uno se mostraba con mi propio rostro, tan distinto siempre; los conocía desde mi infancia, eran mis amigos y enemigos de toda la vida. Desde el inicio, me empezaron a contar la historia de mi génesis, este génesis inventado, imaginación extraordinaria. Hablaron del jardín loco y su unión apasionado con el mar, cuando se venció el frio encontrando en una flor el todo. La eternidad dulce que otro llamó el Espíritu de la Naturaleza. Y entonces sus demonios y ángeles, ninfas y sátiros se unieron en nosotros, para formar el mito que se escurre cuando los niños sonríen. Después de implantarme el génesis y susurrarme vocablos, unos envenenados del cielo y otros amorosos del mar, me gritaron todos juntos:

“¡! Este es el final, es hora de que marches. A sonreír y desangrar universos!! Ella te espera.”

Entonces todos se acercaron lentamente, hasta traspasar mi piel fundiéndose en mí. Todos los espíritus estaban conmigo. Estaba completo.

Había pasado 4 horas desde que la había dejado en su habitación, mi metamorfosis me había dejado extenuado. Volví cavilando y dando tumbos hacia la allá, donde la encontré despierta pero inmóvil, mirándome con decisión. “No me volverás a dejar sola” me dijo. “Lo juro” mientras me acercaba a la cama. “Déjame descansar antes. Necesito dormir antes de no volver a abandonarte nunca.”

Me acosté a su lado. Aunque las cobijas eran gruesas y cómodas, ella permanecía helada. La abrace con toda mi extensión, tratando de estar lo más cerca a su cuerpo; las células y el ADN debían empezar a acostumbrarse unas a otros. Ella trato de besarme, pero la rechacé. Aun no era el momento, le di un beso en la frente y pasé mi mano por su vientre, dibujando allí flores de loto que crecieron rápidamente, haciéndole cosquillas e ilusiones cálidas para que sonriera. Nos apretujamos como dos niños enamorados, mientras nos susurrábamos frases tiernas y besos inocentes en las mejillas. Entredormía en un sopor placentero, confundiendo lo que era realidad con imaginación; sintiendo sus manos que me tocaban todo el cuerpo, que ardían, quemándome en éxtasis, tejiéndome una canción de cuna mágica, esa connotación hermosa que absorbe siempre que estamos al abismo de los sueños.

Soñé con mi muerte, como la cumbre espiritual más bella que llegué a tener en mi vida. Yo siendo Dios entre las montañas, gracias a sus manos inmortales, volviéndome a reunirme con la Naturaleza, navegando junto a su corazón apasionado…

Entonces me besó tiernamente, despertándome. “ Solo Las Lunas podrán conocerla dicha que me arrulla. La leche de las estrellas fluye por tus ojos. Jugaremos por siempre, mi vida.”

“Si, jugaremos por siempre. Olvidando hablar y pensar. Seremos colores enamorados, el vuelo del pájaro, la luz del absoluto, seremos el amor de las miradas y la poesía del maldito”.

Ella me sonreía, mientras me desnudaba con sus manos cálidas; lo hacía con inocencia, como si fuera la mujer que cuida de un hermano moribundo, sus mejillas olían a jardín de lirios, sus dedos eran como el océano cuando canta. Me beso traviesamente y me pidió que cerrara los ojos. Una oscuridad inmensa se apoderó de mí. Ellos se agitaban en mi interior.

Cuando abrí los ojos la oscuridad no se había ido, pero no era mala, me daba fuerzas y pasión. Había vinilos y oleos regados por todas partes, pero en un orden intencional, como si la misma habitación fuera un el bosquejo de un cuadro; una obra viviente en la que éramos parte, que llevaba años esperando a estar completa. Había encendido velas rojas para iluminarlo todo. En su rostro ya no estaba la palidez que tenía antes; de sus facciones brotaban tranquilidad y magia. Su bello cuerpo desnudo permanecía como un cielo azul.

Se acostó nuevamente a mi lado, entonces me clavó con fuerza las uñas en el pecho, me mordió como si fuera una bestia una y otra vez mientras que con sus manos me apresaba como si me estuviera cazando. Toda la ternura de las horas anteriores se había convertido en una pasión animal, donde cada gota de sangre que se desprendía de mi piel era el más puro néctar, nada más dulce que la entrega en cadenas a su animal eterno. Canción Animal. Canción animal.

Cada vez me mordía más duro, me agarraba con más fuerza; yo sentía con placer como corrían gotas de sangre por mi espalda; mientras que ella se restregaba contra las pequeñas heridas que ya causaba en mi pecho. Hasta entonces, yo solo me había entregado al flujo ardiente de su rabia, entregándole mi carne. Pero entonces la cogí fuertemente de la espalda, atrayéndola hacia mí, le mordí el labio hasta que la hice gritar y su sangre también corrió por mi boca. Se abalanzó sobre mí para detenerme, pero la agarré de la cintura con mis manos, sembrándole allí las semillas delirantes que desde que nací se ocultaban en mi tacto.

Nos besamos como sufriendo un nuevo cambio, dejando de ser humanos, transformándonos en bestias, engullendo el mundo en la boca del otro, tan cerca de ser parte del universo por medio del rojo carmesí. Me agarró fuertemente hasta llevar mi entrepierna a la suya; haciendo el amor en una llama que ardía más allá de todo tiempo y lugar. Toda mi vida se llenaba de su olor hermoso, de ese sentimiento tan puro que trastorna los sentidos y embellece el mundo. Quería solo respirar su aire, quería que mi corazón fuese su hogar hasta el final del tiempo.

Ella Gritaba:

“Que vengan a mi los espíritus de los arboles, la inmensidad del mar y el corazón del León, yo soy la madre y el origen de todo; de este universo que explota en mi vientre por este amor que tú me infundes. Es el renacer de un nuevo mundo. Nuestros corazones se han unido.”

Era el punto final, ya sentía como la mano maldita del universo dibujaba mil delirios en nuestros ojos. Era hora. Ella me cogió con tanta fuerza y desesperación que sentía que había perdido la razón por completo, de sus labios brotaban palabras inentendibles, tristezas y furias a las que se entregaba sin medida. En sus ojos solo se encontraba el infinito, en sus ojos se encontraba una profundidad tan salvaje como la luz.

Fijo su frente en mi frente mientras se movía agitadamente. Apoyo su boca en mi cuello; me beso suavemente una vez y me susurró: “Gracias”. Entonces mordió con energía sobrenatural, arrancándome la garganta.; la sangre brotaba violentamente hacia todos lados pero ella no paraba. Me arrancó la clavícula con sus puras manos, esa fuerza…ella no era humana, el rojo carmesí teñía sus ojos mientras me mordía el pecho, hasta quitarme dos costillas de un solo tirón. “TE AMO!! “ Gritaba. Mi cuerpo no perdía la vida aun después de todo esto, ni yo perdía la conciencia. Mis ojos estaban cerrados, pero lo lograba ver todo. Veía por los ojos de ella, no solo sentía cuando despedazaba mi cuerpo sino que también sentía sus manos al hacerlo. Y en esas conexiones en las que yo era también ella; también yo era los ríos, los mares, los turpiales, los felinos, los seres marítimos, el desbordamiento del artista, la felicidad del alucinado y la tristeza del solitario. Por medio de mi muerte ella me convertía en la energía del cosmos, los astros y el silencio.

Su fuerza era descomunal, pero adentro de esta se encontraba la ternura más pura, el amor cálido de quien se entrega a una pasión, encontrándose conmigo adentro de ella., porque yo era parte de cada rasguño, cada beso y herida que ocasionaba en mi cuerpo. Rompió todas las venas y arterias que puedo, para que mi sangre corriera en la mayor cantidad posible; y entonces lo entendí, yo sería parte de su nuevo cuadro.

Me despedazo usando todas sus fuerzas, mi torso estaba abierto de par en par, buscaba con sus dientes adentro de mí la pequeña galaxia donde yo siempre había guardado todo. Hasta que por fin llegó al corazón. Lo llevo a su boca con un movimiento de diosa animal, ya perdida de toda cordura, pero bañada en belleza interminable. Dentro de su misma violencia se posaba la libertad y la suavidad en su máxima expresión; dio el primer bocado, consumiendo casi la mitad del corazón, entonces sonrió y en su cara habitó una luz que no era blanca ni azul, sino luz eterna.

Acabó de comerse el corazón, el tiempo empezó a desdoblarse y cambiar, la realidad se transformo según sus palabras, el mundo se torcía y contorsionaba por su boca.

“Eres ahora el fruto por el que ríe la tierra, la angustia quimérica de la que nacen tristezas. Yo soy quien come tú corazón y se lo devuelve al Espiritu en Oleos. Eres viento, el color del mar, la calidez de las madres. Eres el viejo amante de la muerte, la eterna sonrisa de la infancia. Te amo”

Entonces se acostó fatigada sobre los charcos de sangre que había en la cama, el ritual llegaba a su consumación. Yo esperaba escondido en sus venas. Yo la esperaba escondido en mi corazón ya esparcido por su vientre.

Ahora, ya han pasado varios años desde que estoy aquí. Me coloco en la pared del fondo del pasillo. “Un lugar especial, para ti”. Dijo, cuando me colgaba con toda la delicadeza del mundo. Aunque el lienzo sobre el cual me pintó esta siempre en el mismo lugar, yo puedo ver lo que pasa en toda la casa; mi alma se pasea por las estatuas antiguas, las ventanas, las puertas, los demás cuadros, casi todas las cosas materiales son mi nuevo cuerpo, mis ojos y mis manos. Todo aquí tiene vida y es la mía.

Luego de haberme “Matado”, mezcló mi sangre con los Oleos y vinilos. No es que haya hecho un retrato sobre mí, más bien plasmó esa canción salvaje que fluyó en los dos cuando me devoraba. Ahora, desde aquí, la amo con toda mi alma; siempre se lo recuerdo por medio de cualquier cambio en la realidad de la casa, porque el tiempo y el espacios son míos aquí.

Hace ya meses que ella no sale ni habla, escasamente come. Solo se encierra a murmurarme poemas de amor que escribe y rasga; ambos sabemos que ella ya nunca esta triste ni sola solo que el infinito que habita en ambos es abrumador, así que no necesita nada en lo absoluto, con solo sentirme aquí, en todas partes…es suficiente.

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